A veces no nos damos cuenta de cuánto usamos el pulgar… hasta que empieza a doler.
La artritis del pulgar, también conocida como rizartrosis, es una condición común, especialmente en personas mayores de 40 años, que puede hacer que tareas simples como abrir una botella, abotonarse una camisa o incluso enviar un mensaje se vuelvan dolorosas.
Una mirada humana a la artritis
La artritis no siempre se ve, pero se siente. Es esa rigidez en las mañanas que no te deja mover los dedos. Es el dolor constante en las rodillas cuando solo querías caminar unas cuadras. Es querer hacer lo mismo de siempre... y que tu cuerpo diga: hoy no puedo.
Muchas veces, quienes viven con artritis escuchan cosas como:
🗣️ "Pero si te ves bien"
🗣️ "Seguro es la edad"
🗣️ "Eso es normal, a todos nos duele algo"
Pero la verdad es que la artritis no es solo un “dolor de huesos”. Es una enfermedad crónica, inflamatoria y muchas veces invisible, que puede afectar la calidad de vida de millones de personas en el mundo, sin importar su edad.
Imagina tener 20 o 30 años, estar en la flor de la vida, llena(o) de planes, y de pronto notar que algo no va bien. Fatiga constante, mareos, un brazo que parece más débil que el otro, pulsos que desaparecen. El corazón late, pero la sangre no siempre encuentra el camino. Esta es la realidad silenciosa de muchas personas con Arteritis de Takayasu.
Imagina despertar un día con un dolor de cabeza persistente, como si algo presionara desde dentro. Tus ojos se sienten cansados, tu visión se nubla por momentos y, al masticar, te duele la mandíbula. Podrías pensar que es estrés, edad o simplemente una mala racha. Pero a veces, esos pequeños síntomas esconden algo más serio: la Arteritis de Células Gigantes.
¿Sientes dolor en las piernas al caminar y piensas que es "por la edad" o "el cansancio"? A veces, nuestro cuerpo nos habla… pero no siempre sabemos escuchar. Uno de esos mensajes silenciosos puede ser la Arteriopatía Periférica (AP), una enfermedad que muchas personas tienen sin saberlo.
La AP ocurre cuando las arterias que llevan sangre a tus piernas y pies se estrechan o se bloquean por la acumulación de placa (grasas, colesterol y otras sustancias). Es como si tus arterias fueran tuberías obstruidas: el flujo ya no es el mismo, y el cuerpo lo nota.
